Estado sin territorio o territorios sin Estado: Pensiones públicas o Autonomías (II)

Contrapunto a la lectura del ameno ensayo de Sosa Wagner reseñado en “Estado sin territorio… (I)”, he leído estos días una serie de artículos del finado Salvador Pániker redactados durante el tardo-franquismo y la Transición. Comprenden, pues, un período de unos diez años (1968/1978), reunidos bajo el prometedor título “La dificultad de ser español”. Una obra cuyo valor reside en la época en la que fue escrito, pues da testimonio de los tics, modismos y lenguaje, llámense argot o sociolecto, de la intelectualidad “avanzada” de la época.

Pániker sostiene que el atraso secular de España, con relación a las potencias continentales, se debe a que en su momento, siglo XVII, se autoexcluyó de lo que Max Weber llamó la ideología puritana del trabajo (la ética protestante o el espíritu del capitalismo) ensayada en algunos países europeos, así como a la escasa o tardía incidencia de la Ilustración en nuestro país y al menor arraigo del espíritu científico. Aquí, en eso le daría la razón Caro Baroja (véase su mastodóntica y documentadísima obra “Los judíos en la España moderna y contemporánea”), andábamos liados con la hidalguía, los estatutos de limpieza de sangre, y con la rancia cochambre de las pesquisas inquisitoriales, con su correlato de confiscaciones de bienes, delaciones anónimas (*), sambenitos, puntiagudas corozas (complemento indumentario copiado para sus víctimas por los guardias rojos de la criminosa “Revolución cultural china”) y autos de fe.

Pániker nos sirve un guiso “multidisciplinar” de filosofía, sociología, estructuralismo, antropología, semiótica, construcción social de la realidad, deslumbrado por la teoría de redes y juegos, y todo ello salpimentado con exóticas pinceladas de orientalismo, es decir, todas las sapientísimas exquisiteces de aquella hora (Gluckman, Easton, Marcuse, Foucault… también cita a Freud, a Fromm, pero por el “orgoniano” Wilhelm Reich ya no paso). Y, cómo no, repite en varias ocasiones la mojiganga de que el marxismo es una herramienta apta para el análisis social, pero no una receta deseable para la gestión de sociedades complejas, pues adolece de un paradigmático carácter “totalizador”. Espíritu de la época, ineludiblemente, le cae de la boca a cada paso la “dinamización”, “la gestión de las paradojas”, “la complejidad social”, “la participación”, aparataje léxico en el que no podían faltar conceptos como un tan vago como reiterado “pluralismo” o la aproximación “de la administración a la base piramidal de la población mediante la descentralización del poder para dar satisfacción a las necesidades de la ciudadanía”… toma castaña. En definitiva: la deseabilísima instauración de las Autonomías. Y para ello Pániker arrima el ascua a su sardina, pues en varias ocasiones alude a los “pueblos” de España, sin especificar cuáles, pero no refiriéndose a los más de ocho mil que jalonan nuestra geografía nacional… eso es cosa segura.  

Con las Autonomías hemos topado. Ha pasado el tiempo, unos 40 años, y hoy la complejidad es tan compleja y “complejizante” que, acaso, ha llegado la hora de sacudirse “complejos” y complejidades, y simplificar un tanto las cosas. La gestión duplicada y sucesiva de la pandemia, “gobierno nacional/ gobiernos regionales”, ha sido una verdadera chufla (“la peor gestión de toda la OCDE”). Pero no es necesario cargarse de razones para acometer contra ellas. El propio transcurso de los hechos y la patente realidad nos hacen la faena. Las CC.AA se crearon, fundamentalmente, para satisfacer a los nacionalistas, para “acomodarlos” a la nueva España democrática y facilitar su “encaje” en una más colaborativa convivencia. Pero el camelo ya no funciona, pues los nacionalistas, hoy manifiesta y abiertamente separatistas, han desbordado o rebasado el marco autonómico y esa estructura ya no sirve a sus apetencias (**). Para aquellos por quienes se crearon, para su contento y esparcimiento, son un mecanismo superado, caduco, lo mismo que un olvidado yogur en la fresquera.

Por lo tanto qué sentido tiene que los demás carguemos sobre nuestras laceradas espaldas con un cadáver en descomposición, el autonomismo, que ni siquiera es nuestro y que, en definitiva, nos ha amargado la existencia… pues financiar ese engendro nos sale por un riñón y han sido gobiernos autonómicos, y no sólo de color nacionalista (cierto que con la complicidad de los diferentes gobiernos de la nación y del más alto Tribunal, que ha incurrido en toda suerte de bajezas), los que han perpetrado la inaudita expulsión de la lengua española de las aulas, o los que te multan si quieres llamar “Zapatería” a tu zapatería.

¿Alguien se figura que en la republicanísima Francia, donde se hablan varias lenguas, una familia no pueda escolarizar a su hijo en francés si reside en Perpiñán o se instala temporalmente en Biarritz,procedente de Nancy o de Marsella, por motivos laborales? Dos ejemplos del aldeano, aboñigado y paleto legado del “difuso pluralismo” de la tantas (y tontas) veces mentada “cohesión social” (¿Pero qué roña de “cohesión”… o es que está Francia menos “cohesionada socialmente” que España en virtud de las lenguas de escolarización?). Cohesión fracasada (véase la emética y mortificante actualidad catalana) y auspiciada por las leyes de “inmersión y normalización” en lenguas co-oficiales y por el tan cacareado “acercamiento de la administración al ciudadano” que nos han traído en mala hora las autonomías bajo el brazo.

Aquí va mi apuesta: si se sometiera la reforma del Título VIII de la Carta Magna a referéndum y se preguntara a los españoles por la supresión de las CC.AA (previa recogida de firmas formato ILP, Iniciativa Legislativa Popular) y la mayoría votara favorablemente, nada en absoluto sucedería. Ni los separatistas las quieren, o eso dicen, que son hoy mayoritarios entre los nacionalistas, ni los españoles que somos partidarios de cobrar nuestras pensiones al mismo tiempo que somos contrarios a hipotecar el futuro de nuestros hijos, sobrinos o nietos. Nadie montará barricadas por la eliminación del engendro autonómico. Acaso se opondría tibiamente el electorado templado de PSOE, PP y C’s, de los partidículos localistas más moderados tipo Coalición Canaria o los anchoístas santanderinos y, eso sí, un segmento importante de los funcionarios de obediencia regional, por tratarse de su medio de vida.

En verdad os digo que las multitudes no las llorarán, que nadie alzará barricadas en su defensa, ni quemará contenedores o lanzará cócteles molotov a los antidisturbios al grito de “¡Larga vida a las Autonomías!”. No habrá ni bonzos ni balaceras. Tienen las CC.AA hoy el mismo atractivo que un sulfatado saco de patatas. Borrarlas de un plumazo tendría la misma repercusión en el colectivo que remodelar la DGT (Dirección General de Tráfico) o el Organismo Estatal de Loterías y Apuestas Benéficas. Luego: supresión de CC.AA igual a cero conflictividad. Es el momento de dejar en la cuneta lo que no sirve para hacer camino, salvo al infierno de la quiebra absoluta y por varias generaciones. Cierto que habría, en ese caso, que adoptar algunas prevenciones, como la de “recolocar” a una parte sana, si la hay, del funcionariado autonómico al servicio, por ejemplo, de reforzadas delegaciones ministeriales del gobierno de la nación en provincias… bien entendido que ello no sería necesario, por ejemplo, en el caso de los periodistas de TV3 repentinamente desempleados, pues es público y notorio que a esa gran hornada de profesionales (Pilar Rahola, Mónica Terribas, Empar Moliner y otros) se la disputarían a cara de perro los grandes medios de comunicación internacionales (BBC, “The Times” “Le Monde”, CNN, “La Bola News”, etc), por lo que no les faltarían jugosísimas ofertas de trabajo.

Todo el mundo que depende de la percepción de una pensión pública, vote a quien vote, incluidos los partidos separatistas, lo mismo PNV que ERC, te dirá que entre blindar y percibir su pensión y devaluarla o perderla por mantener las CC.AA, se queda con su pensión. Sólo hay que dar con la clave, con esa campaña publicitaria ambiciosa, a gran escala, que sepa trasladar a un amplio segmento de la sociedad que ambas partidas presupuestarias llegarán a no mucho tardar a ser excluyentes, a repelerse por completo en virtud de razones demográficas dado el envejecimiento de la población, la insuficiencia de cotizantes y la aminoración de sus cotizaciones por la inconsistencia de muchos contratos en vigor, la insoportable ratio actual de trabajadores en activo por pensionistas que imposibilita el sistema de solidaridad y relevo generacionales. Esto es, dar a entender al paisanaje que ha de elegir, no hay tutía, entre una cosa y otra. Pensiones públicas o Autonomías… es decir, pensiones o pensiones. Y que para ello, para garantizarlas, es imprescindible contar con un Estado fuerte que controle su territorio y que no admita palomeos y disonancias de entidades de inferior categoría.

Probemos, por una vez, algo distinto. Que sean los españoles, nacidos en España, o de adopción, es decir, aquellos españoles que quieren más España (y a España), y menos anti-España, que ven en ella el nivel de la plomada de la igualdad de derechos y de deberes, independientemente de su lugar de nacimiento o residencia, sin trabas ni barreras territoriales, que ven a España como una oportunidad para la expresión de libertades civiles y políticas consagradas en un texto constitucional… quienes se sientan “cómodos” y “encajados” de una puta vez en su país, España, y que sean, en todo caso, aquéllos otros a quienes nada contenta, nos amargan la existencia y fracturan la convivencia democrática con llantinas constantes y aventurerismos inciertos quienes tengan que encajarse… si quieren, y si no, pues que alegremente vayan con viento fresco.

(*) La figura odiosa del “malsín”, o delator anónimo, que acudía al Santo Oficio para chivarse de personas supuestamente judaizantes, bien fuera por rivalidad, antipatía o para obtener alguna recompensa por su información incriminadora, se ha reencarnado en Santiago Espot (“Catalunya Acció”), que se jacta de haber denunciado a varios miles de comerciantes por el idioma de rotulación de sus establecimientos.

 (**) Quiere decirse que la extrema izquierda española, Podemos y sus diferentes marcas o “mareas”, es intercambiable mediante ósmosis con los diferentes separatismos periféricos. Compruébese en el caso de las últimas elecciones regionales en Galicia. Partiendo del reparto siguiente, 14 escaños para gaita-Podemos y 6 escaños para BNG (20 entrambas formaciones plenamente anti-españolas), hemos pasado, mira tú qué coincidencia, a 19 escaños, todos ellos para BNG, perdiendo esa dupla cochambrosa un solo elemento. No quiere decirse que hasta el último de los anteriores votantes de gaita-Podemos de las Mareas Mareantes se haya pasado con armas y bagaje a BNG, pero la tendencia es evidente y mayoritaria… ¿O no?

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