Indepe «NN» y/o internacionalista

El desparrame “procesual” embota, quieras que no, el entendimiento. A unos más que a otros, pero embotar, embota. La extraña hibridación del autodenominado “indepe no nacionalista” (“indepe NN, e incluso “internacionalista”) nos trae a las mientes aquella patraña del “federalismo asimétrico” (ocurrente y pre-senil maragallada). En la misma categoría de paradójicos artefactos tendría cabida una fórmula del tipo “desigualdad igualitaria”, por ejemplo. Es el gusto moderno por el oxímoron, tropismo retórico que le da un aire como de erudita y penetrantísima acuidad a cualquier reflexión. Cultive usted el oxímoron y pasará por persona culta y de chispeante ingenio.

Lo cierto es que todos hemos conocido en estos últimos años de melonadas, pamemas y desvaríos incontables a conocidos (amigos, parientes, vecinos, “compañeros” de trabajo y espontáneos que te asaltan por la calle) que se proclaman “indepes NN” y, por ello, simpatizantes y/o votantes de CUP o de ECP (o sea, de Inmacul-Ada Colau). Muchos de ellos tienen el español como lengua familiar, no te lo pierdas. No es tarea sencilla desasnar a un asno, por eso ha de bastarnos con describir el fenómeno. Además, es la “asnidad” lo que hace del asno una criatura simpática y entrañable (es el caso de la famosa y “asnoterapéutica” burrita Baldomera con miles de seguidores en Facebook).

En este mundo nuestro, el independentismo (catalán, escocés o canaco) tiene por objeto la separación de un territorio dado de una nación o estado preexistente para constituir uno nuevo que, ineludiblemente, habrá de gozar de reconocimiento internacional. Pero hagamos un pequeño alto: precisamente los votantes de CUP y/o Colau (también los de CDC, o como se llamen ahora, si ellos mismos lo saben, PNV, BNG -be-ene-gé-, Compromís, etc), es decir, toda la enervante y cansina caterva de paleto-particularismos localistas, consideran que España “no es una nación”, sino un caduco cachivache de orden jurídico-político, un engendro de abortorio para ahogar precisamente las legítimas aspiraciones de naciones que sí lo son (Galicia, Cataluña o El Bierzo Libre): lo mismo que España no (la ya Hispania romana o la de la monarquía visigoda), aquéllas sí, que es lo mismo que éstas sí y aquélla no, que diría el cómico. Luego España, y no quiero pasar por plomizo ergotizador, que no es nación, no puede suscitar entre sus “nacionales” ningún genuino sentimiento nacional. Sólo han de gozar los suyos, por tratarse de artificiosa nación, de sentimientos impostados, como ese falso amor que se declara en un bar de copas a altas horas de la madrugada para echar un polvo de ocasión.

España, para los “indepes NN”, habría de ser su paraíso en la Tierra, el espejo donde mirarse, pues goza de independencia formal (aunque sometida a mandato externo, como habremos de ver con los así llamados “fondos europeos de reconstrucción por la incidencia del coronavirus”), es admitida como igual en el concierto de las naciones y, ahí está el busilis de la cuestión, no es una nación… y, por eso, en puridad, no habría de contar con nacionalistas entre su indocto paisanaje. ¿No es eso lo que quieren?… De hecho España es quizá el país occidental que cuenta con mayor número de nacionales extrañados de su propio país, es decir, de nacionales que reniegan de su nacionalidad, varios millones, si bien es cierto que ninguno de ellos renuncia, por dignidad y coherencia, a las ventajas que de su “forzada” nacionalidad obtiene.

Para la generalidad de los “indepes NN” o “indepes internacionalistas”, España no es tal sino “Estado español”, así le llaman… de modo que tomarse molestias para proclamar otro en las mismas condiciones es un trabajo superfluo e innecesario, pues hay que recordar a esos lumbreras que la independencia política para un grupo integrado por algo más de 7 millones de personas consiste en eso precisamente, en la creación de un nuevo estado con sus fronteras, sus ministerios, su policía, su ejército y su oficina de desempleo, etc, que no en la fundación de un club de petanca, de un “esbart dansaire” o una sociedad gastronómica.  

¿Será la propia “invertebración” de España, socorrida tesis de Ortega y Gasset… nación antigua, fatigada, y modernamente sin nervio y con unas élites dirigentes absentistas y desconectadas de la realidad del país y un paisanaje desagregado por la carencia de conductas ejemplares a imitar… una de las causas de la irrupción de compactos batallones de auténticos tontos de baba que pretenden poner estados nuevos en el mapa, nuevas fronteras, nuevos pasaportes, sin naciones previas que los configuren?

Leídas tiempo atrás unas declaraciones de Rufián, palanganero del nacionalismo (“charnego” repudiado en las «redes sociales» por la facción más etnicista del secesionismo aborigen), donde blasonaba de su independentismo al tiempo que se desdecía de toda veleidad nacionalista. Mensaje que también han emitido dirigentes de CUP, menos mediáticos que el portavoz parlamentario de ERC, y del partido de Colau, el Podemos autóctono. No son nacionalistas… pero, mira tú por dónde, actúan como tales, como si lo fueran. No falla. Siempre a favor de esa delirante payasada de la inmersión lingüística en la escuela pública (a la que no llevan a sus hijos, si pueden), de la más burda propaganda en TV3, de la apertura de ruinosas embajadillas, lo mismo en Tokio que en Timbuctú, de las inconcebibles multas a los comercios rotulados en español (ya extinguidos, como los dinosaurios), etc. Es decir, los “indepes NN” reeditan la bochornosa ejecutoria de la coalición ICV-Els Verds: que no era nacionalista, o eso decían sus voceros a los incautos, pero siempre alineada con ellos en toda ley de materia que podríamos llamar “identitaria”. Siempre.

Mención para un amigo, aficionado taurino (me sacó entrada para ver a José Tomás en La Monumental y me invitó a un puro habano de ritual en el tendido, ojo, un Montecristo (*)), también a un recital flamenco con, atenta la guardia, el llorado El Chocolate y Rancapino en el programa, contrario a la inmersión obligatoria en la escuela y al adoctrinamiento nacionalista, y hoy en lucha bajo la bandera de CC.OO (sindicato suscriptor de aquel engrudo estercóreo del Pacte Nacional pel Dret a Decidir) contra la inevitable deslocalización de una empresa automovilística. Me decía, pues era votante de ICV, que el citado partido, por todo lo enumerado, tenía un problema. Negativo, el problema lo tenía él… que, sabiéndolo o no, votaba a los nacionalistas, incluso contra sus propios principios. Amigo, ya somos mayorcitos… así que a otro perro con ese hueso. Lógicamente, nada ha aprendido, permanece enrocado es sus errores y ahora vota a Podemos, pues en Podemos se integraron IU y ese apósito del nacionalismo que siempre fue ICV. Es lo que tiene trabajar en una cadena de montaje y votar al partido de Janet Sanz, la socia de la Colau: “Hay que repensar (o sea, “liquidar”) la industria de la automoción”. ¿De qué te sorprendes, querido mío?

El enlabio imposible del “independentismo no nacionalista”, además de una contradicción en los términos, no es más que un cebo para atraer a la causa nacionalista a personas que nunca lo han sido, por lo general largando eslóganes (que no argumentos) economicistas como el de “España nos roba”. Y, funciona. Hay casos, no pocos, y menús para todos los paladares… y quienes andan dispuestos a hozar en ese comistrajo inmundo de entre los tribunos de pacotilla que sientan cátedra en bares y cafeterías parloteando tan campanudamente de las corruptelas capitalinas y de las naranjas de Rita Barberá, pero se tientan la ropa antes de hablar del latrocinio sistemático perpetrado durante décadas por el clan Pujol (oficialmente «organización criminal»), artífice máximo de todo este sindiós que es hoy Cataluña… pues a saber entonces quién diantre está escuchando.

¿Qué sentido tiene romper un estado que, como España, “no es nación” para construir otro más pequeño e inevitablemente dotarlo de parecidas estructuras a las del estado matriz (tarea en la que han avanzado mucho, durante décadas, lo mismo los sucesivos gobiernos nacionalistas que los tripartitos de izquierdas infeudados a dicha ideología) en aras de un separatismo que, inaudito, no se sustenta en sentimientos nacionales?

Esta deriva tan absurda como irresponsable podría conducirnos a una suerte de mitosis mundial enloquecida, donde, por la misma regla de tres, no siendo naciones y sus naturales (comarcanos) no nacionalistas, pero sí independentistas, se proclamara la independencia del Alentejo, de la Toscana, de la Provenza, de Pomerania o de las islas Eolias, o, por estas latitudes, de las comarcas de La Garrocha o del Bajo Llobregat y así hasta llegar a la finca de vecinos del número 13 de la calle del Percebe. De suerte que el “independentismo internacionalista” que avala la conversión de territorios sin sustancia nacional en estados soberanos, majadería que a no pocos botarates se les cae de la boca, tendría un efecto fractal paroxístico… el de la eclosión planetaria de esa anacronía feudalizante de infinitesimales reinos de taifas que tuvimos y tenemos en España. ¿Qué aquí no cabe un tonto más? Falso. El nuestro es un país no muy densamente poblado: de modo que hay plazas vacantes para más “indepes NN”. Pasen y vean.

(*) Este amigo, por aquel entonces, me hablaba mucho de la relación entre algo llamado “la izquierda ilustrada” y el mundo de la tauromaquia, es decir, de Lorca (“Llanto por Ignacio Sánchez Mejías”), de Picasso, Hemingway, o de la gran afición de Sabina. En la izquierda ilustrada, en su versión actualizada, podríamos incluir a Banderas, ese gran actor que blasona siempre de su españolía, honorífico caballero legionario y, cómo no, aficionado taurino, amén de embajador por “antoniomasia” de la lengua española de la que es cerrado paladín… razón por la que manifestó en cierta ocasión que de vivir en Cataluña votaría a ICV-Els Verds, partido favorable a esa coña infumable de la inmersión obligatoria en la escuela… (como que fueron pedagogos (sic) afines al PSUC sus promotores allá por los años 70 del pasado siglo)… y, por ende, de la práctica desaparición de la lengua española en las aulas catalanas, queridísimo y tontuelísimo don Antonio.  

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