El huevo de la serpiente (¡Otra vez!)

Me apuesto los bigotes a que la película de Ingmar Bergman (proyectada en el ciclo de cine de la Asociación por la Tolerancia) es la que ha dado pie a titular más artículos de opinión que ninguna otra, por lo que tiene de brumosa, turbia e inquietante aruspicina. Tiro de tópico fílmico y éste es mi envite: inevitablemente la fracción más exaltada del nacionalismo (exaltada y decepcionada con la marcha del interminable y soporífero “procés”) se inclinará a no mucho tardar por el terrorismo, que en TV3, RAC-1 y otros medios pedisecuos del separatismo (desconexión regional de TVE) llamarán, cómo no, “lucha armada”. Es cuestión de tiempo, no demasiado. Y es de cajón, de una diabólica e implacable lógica interna.

Primero, va de suyo, es preciso crear el discurso de la necesidad de la violencia como medio imprescindible para la supervivencia de un pueblo sojuzgado, y ese discurso está hecho: pues cuando te sermonean día y noche diciendo que “España te roba”, “España es una potencia ocupante”, “España es represión”, e incluso “España nos contamina(*)” pasando a los nativos mantas infectadas por el coronavirus (como hacían los yanquis para diezmar la población india confinada en las reservas contagiando de gripe a caso hecho), alzarte en armas contra ella y erosionarla mediante atentados selectivos es casi un imperativo moral. ¿Quién habría de extrañarse por ello con el sinfín de perrerías anteriormente enumeradas a las que la puta España de los cojones somete a los inocentones aborígenes? Es, pizca más o menos, lo que la teoría del padre Mariana sobre la legitimidad del tiranicidio cuando el gobernante bastardea la moneda (por acuñación masiva y devaluación) y empobrece aún más a la sociedad sometiéndola a injustas y abusivas exacciones. Joan Canadell, presidente de la Cámara de Comercio de Barcelona, sería en el presente caso el insigne referente: “España es paro y muerte”.

Para dar tan siniestro paso hay que barajar algunos condicionantes más. Uno de ellos es la aceptación social del terrorismo ideológico, pues éste ha dejado de ser una lacra, siempre que sea de obediencia nacionalista o de extrema izquierda, y, en cambio, otros supuestos “terrorismos” ocupan su lugar: “el terrorismo machista”, “el climático-ecológico” o “el empresarial”. En esa dirección ya hemos avanzado y mucho. El llamado blanqueamiento de la violencia es un factor básico. Y el mal ya ha sido banalizado (Hannah Arendt). Otegui es “un hombre de paz”, Zapatero dixit. Bildu (Herri Batasuna) “salva” vidas (Ábalos) y es un partido “homologado” en la vida parlamentaria (Idoia Mendía brinda con Otegui tan ricamente) y el gobierno de la nación, y el foral de Navarra, cuentan con Batasuna-Bildu para aprobar decretos o ganarse su abstención como si se tratara de un actor político más. Es decir, hoy busco el apoyo de C’s para esto, del PP para eso y para aquello otro el de Bildu, chimpún… y los atentados de Hipercor y contra la Casa Cuartel de la Guardia Civil en Vich son agua pasada. Pelillos a la mar.

En clave local, Mónica Terribas babea de lo lindo en un plató de TV3 entrevistando a Otegui, Jair Domínguez dispara contra dianas con la efigie del Rey y de Rajoy, a cuyo trasero adosaría el finado Pepe Rubianes (con calle dedicada en Barcelona) una bomba “para que le cuelguen los cojones de un campanario” (risas y aplausos del público presente), agresiones salvajes a manifestantes constitucionalistas y a las chicas de la Plataforma Pro-Selección Española, llamamientos a la ya mentada “lucha armada” (Albert Donaire, Josep Maria Piqué, Marc Serra), homenajes al terrorista Carles Sastre (“independentista pata negra”, así presentado a la audiencia en un reportaje de la cadena regional, el mismo de los bombazos en el pecho a Bultó y Viola durante la Transición)… y un día veremos, por qué no, a Freddy “Krueger” Bentanachs (fea y despelujada réplica del indio malo de Twin Peaks) de pregonero en las fiestas patronales de Tortellá o de Capolat.

Quiere decirse que el terrorismo y quienes lo practican han sido “normalizados” y no sería aventurado presumir que un considerable porcentaje de nacionalistas exaltados (que a día de hoy lo son casi todos, “exaltados”) y de los extremistas de la izquierda “colau-podemita” que idolatran a Rodrigo Lanza (“Ciutat morta”, documental galardonado en el Festival de Cine de Málaga) y a Alfon (mochilita de paseo con explosivos y metralla), aceptarían de grado la irrupción de un grupo terrorista. Si, a ojo de buen cubero, dijera que un 10-12% de catalanes entenderían y/o aplaudirían la comisión de atentados en pro de la independencia, no me equivocaría de mucho.

¿Cuál habría de ser el detonante? La sensación de fracaso “procesual” que entre no pocos separatistas generan los titubeos de sus dirigentes institucionales. Luchas intestinas, discrepancias entre partidos y siglas, declaraciones contradictorias, dilaciones, cominerías, cansancio… de tal suerte que perciben que la llamada “vía pacífica” invocada una y otra vez no renta los dividendos esperados y no es fórmula ya para alcanzar el preciado objetivo. “Ir de bueno es ir de tonto… no funciona”. “Nos están tomando el pelo, nos han utilizado”. Nada enfurece más la dignidad herida que el ridículo de los propios: es como echar unas gotas de solimán en la llaga purulenta. Y es que han dicho y hecho gansadas a espuertas.

Ahora se trata de cultivar la cantera como ETA tenía su “Lezama” en Jarrai, por ejemplo. Pensemos en todos esos jóvenes CDR (la vanguardia generacional del movimiento, nutrida por los hijos de Quim Torra) educados, sea el caso, en las comarcas de interior, en la Cataluña profunda, desde la más tierna edad en un catalanismo étnico exacerbado y en un persistente odio a España. Acudieron con entusiasmo a las movilizaciones pensando que cambiarían el mundo, que estaban haciendo algo grande… haciendo Historia… algo de lo que sentirse orgullosos para decir mañana a sus hijos y nietos que ellos “estuvieron allí”, que fueron protagonistas.

Esos chicos que quedan con la peña de amigos (la “colla”) en un cobertizo, con la serranía de “Els tres hereus” o el macizo del Pedraforca al fondo, para ensayar música y formar un grupo de pop-rock rural y descubren que son tan malos como los muchos que suenan por cuota en las emisoras de radio subvencionadas. Esos chicos que se toman unas birras y comparten un petardo, saben que no hay nada más sencillo que fabricar un cóctel-molotov o prender fuego a unos neumáticos para cortar una carretera, a guisa de rito de paso conducente, a medio plazo, al disparo en la nuca. Esos chicos que han percibido que con proclamas, por incendiarias que sean, y cabildeos políticos no se llega a otra meta que la frustración… y de golpe se borraron aquellas alegres sonrisas juveniles de las manifestaciones multitudinarias (la revolució dels somriures). Con nada de eso basta, pues hay dinámicas, inercias y servidumbres que no se quebrantan sólo con la palabra.

Esos chicos, en definitiva, que repiten en su fuero interno “no puedo quedarme de brazos cruzados, no puedo fallar a los míos… no quiero que nadie me eche en cara que llegada la hora di un paso atrás… no podría soportar vivir con esa lacra, reprochándome que no fui capaz de comprometerme, de exponerme a cambio de una vida cómoda y regalada, pero sin sustancia, sin correr ningún riesgo”.

De modo que nadie sabe cómo un porcentaje significativo de los integrantes de esa generación aprenderá a gestionar el previsible trauma del “procés” interminable. Las patochadas militaristas del SEM (Servei d’Estudis Militars), donde, eso creo, anda hociqueando ese botarate de Miquel Sellarés, es algo marginal en el seno de la ANC, los “cataborrokas” de Lliris de Foc (Lirios de Fuego) no cuajan, y no es de extrañar con esa cursilada de nombre (bien entendido que siendo la suya una denominación fifí, no quita que si te dan un tiro, mueres lo mismo que si te lo dan los feroces “Tigres de Arkan”).

En definitiva, la retórica de la violencia ya la tenemos instalada entre nosotros. Falta elaborar la dimensión fáctica, épica, aquello de pasar “de las musas al teatro”. Para los más intemperantes, exploradas sin éxito las vías “pacíficas” (que es cuestión de perspectiva, pues sus víctimas potenciales pensamos que van ganando la partida por goleada y que han conseguido muchos de los objetivos codiciados), sólo queda el recurso a la violencia directa, esto es, la creación de una ETA catalana. En sus comunicados comparecerán nuestros “gudaris” nativos encapuchados, sólo que con barretina en lugar de chapela. Y, si nada de “provecho” consiguieran a bombazos y tiroteos, aparte de liquidar a unos cuantos enemigos, con el tiempo y unos giros planetarios de por medio, amén del preceptivo “abandono de las armas”, pasarían a ser “hombres de paz” e interlocutores políticos tan válidos como Bildu… y los “activistas” de los “taldes” aborigenistas apenas cumplirían en presidio una parte ínfima de sus condenas, pues incomprensiblemente, a causa de las dichosas transferencias competenciales (Junqueras & Cia), algunas CCAA mangonean el régimen de permisos penitenciarios.

Ya se resquebraja el cascarón y la negruzca viborilla asoma sus colmillitos mientras tú lees estas líneas. 

(*) Más rocambolesco aún… Empar Moliner, la zumbada de TV3 que quemó un ejemplar de la Constitución en plató, insinúa que el rebrote en las comarcas de Lérida se debe al envío premeditado desde España de inmigrantes infectados por el coronavirus para las tareas frutícolas.

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