Baile de máscaras

No parecen estos aperreados tiempos coronavíricos los más indicados para quitarse la máscara, o mejor, la careta. Todo lo contrario. Lo suyo es ponérsela, dicen, por una razón profiláctica. Buena prueba de ello es la mascarilla aborigen, llamada Mask.Cat, cien por cien catalana, presentada con gran pompa y boato en un programa de TV3 por el presidente de la Cámara de Comercio de Barcelona, Joan Canadell, uno de los más insignes prohombres de la comunidad “lazi”. Cabe decir que da una idea muy aproximada de cómo respira el comercio barcelonés cuando alguien de semejante jaez es su máximo representante. Aducen sus detractores que la candidatura “indepe” se impuso en las urnas gracias al exiguo índice de participación registrado (mayo de 2019). Y eso es cierto, pero también lo es, en detrimento de sus rivales, que éstos aún movilizaron menos apoyos. Y es que una minoría bien organizada, modelo “trotskista”, siempre tendrá a mano imponerse a una mayoría relajada, desmotivada, contemplativa y dispersa.

La máscara particularista, ornamentada con unas “sauromorfas” figuras estilo Gaudí, cuesta, PVP, algo más de dos euros, aunque ignoro qué antro cochambroso tiene el cuajo de poner a la venta ese birrioso artículo. La montura es de cartón y dispone de una pantallita plastificada, como de EPI defectuoso de soldador de planchistería metálica para proteger los ojos de chispas y limaduras ferrugientas. Es decir, una auténtica gansada, un artefacto ridículo para una fiesta de disfraces, pero de las malas… un cachivache a guisa de obsequio que no desentonaría en un establecimiento fast-food si te zampas el menú nº 2: “hamburguesa básica (100 gramos)/ aros de cebolla/ refresco de cola”. Semejante patochada, que causaría en el espíritu más lúdico y despendolado una irreprimible sensación de vergüenza ajena, fue emitida por TV3 en horario de máxima audiencia. No en vano, la citada cadena es “la más plural” de las supervisadas por el celebérrimo CAC (Consell Audiovisual de Catalunya). Y la menos también. ¿Cómo es posible semejante contradicción, que lo que es, es y no es al mismo tiempo? Muy sencillo: sospecho que los ojeadores del ente catódico-inquisitorial sólo analizaron la tele regimental, “la nostra”, es decir, “la seva”.

Hemos sabido por el estudio comparativo elaborado por el único de sus consejeros discrepantes, Daniel Sirera (PP), publicado recientemente en Dolça Catalunya, que más del 90% de los entrevistados por la cadena “pública” son partidarios de la independencia, frente a algo menos de un 10% de contrarios: 9-1… goleada escandalosa. Asimismo, las asociaciones que son objeto de noticia o consulta en su programación ahondan aún más en ese colosal desequilibrio, 140 contra 10. La correlación de fuerzas es sólo un poco más ajustada en las emisiones del circuito catalán de TVE: 75 a 25 favorable, cómo no, a los separatistas. TV- ¿E?… Átame esa mosca por el rabo.  

Si de lo que se trata es, no de ponerse, sino de quitarse la careta, ahí tenemos el reciente y paradigmático ejemplo de Sandro Rosell, ex presidente del FC Barcelona. También la Muerte Roja, al final del cuento de Edgar Allan Poe, se quita la máscara y en su mórbida presencia caen fulminados el príncipe Próspero y sus cortesanos, confinados en un castillo para que la mortal pestilencia que diezma el reino no les alcance a ellos. La mítica productora Hammer versionó el cuento de la mano de Roger Corman y de uno de sus actores-fetiche, Vincent Price que, con esa cara, sólo podía hacer de malo, pero malo peor que la quina. Con Allan Poe dieron en la diana, un auténtico filón, y llevaron al celuloide, a destajo, otros relatos suyos, e incluso poemas y, atenta la guardia, sin subvenciones: La caída de la casa Usher, El pozo y el péndulo, El cuervo y algunas cintas más.

Pero, a lo que vamos. El bueno de Sandro Rosell, además de recurrir al victimismo etnoide para referirse a su ingreso en prisión por un delito del que ha sido finalmente exculpado, pues ha declarado que “jamás habría sido encarcelado de no ser catalán”, afirma curiosamente que uno de los responsables de su calvario judicial no es otro que el intrigante Jaume Roures, que, como él, coquetea también con el separatismo, en tiempos condenado por colaborar con la banda terrorista ETA y en la hora presente simpatizante y votante de CUP o Colau, según el caso (véase “Picapleitos Forn”).

Ítem más. Preguntado por Jordi Ébola, quise decir, Évole, acerca de su afinidad con la causa “indepe”, Rosell respondió, toma del frasco, que en un hipotético referéndum vinculante, sin dudarlo, votaría a favor de la independencia. Pero que si ésta salía airosa de las urnas, a renglón seguido haría las maletas y marcharía de Cataluña, quizá de incógnito, oculto tras una de esas mascarillas cutres y salchicheras que publicitó en la tele Joan Canadell (à la façon del charlatán que vende lociones crecepelo desde el pescante de un carromato en las pelis del Oeste), para poner sus caudales a salvo de un “corralito.cat” y escapar de un más que previsible régimen dictatorial, apoyado por toda la tralla “cupero-colau-podemita”, proclamado gracias a votos tan lerdos e irresponsables como el suyo: ferpecto, digo prefecto.

Rosell deviene, pizca más o menos, la patética encarnación del oxímoron, de la contradictio in terminis. Es nuestra versión autóctona del “PIL, Perfecto Idiota Latinoamericano” meticulosamente diseccionado por Plinio Apuleyo Mendoza. Habría que advertir a Rosell con esa frase omnipresente en los libros de autoayuda: “ten cuidado con lo que sueñas porque podría hacerse realidad”. Que vale por aquella divisa moralizante de “no querer para los demás, lo que no quiero para mí”.

En cierta ocasión, un catalanista la mar de ocurrente, tronado y visceral, me largó una divertida e ingeniosa perorata de nacionales paralelismos. En su docta opinión la genuina analogía de la Cataluña independiente no había que buscarla en Croacia, Eslovenia, Bougainville (Papúa-Nueva Guinea), Quebec, Escocia, Transnistria o Lituania, sino, dando marcha atrás en la Historia, en la Serenísima República de Venecia, que fuera otrora una gran potencia mercantil en el Mediterráneo, siguiendo los pasos de Génova o de la Corona de Aragón, eso que en TV3 y en los libros de texto de nuestros escolares llaman con enorme desparpajo “Confederación catalano-aragonesa (sic)”. De modo que Torra sería nuestro Dux y Las Golondrinas del puerto de Barcelona las góndolas que surcan las aguas del Gran Canal bajo el puente de Rialto ocultando los romances clandestinos de Casanova, Giacomo, que no Rafael. Por buscar otra similitud, mirando con lupa, añadiría que el gran teatro de La Fenice y el Liceo compartieron infausto destino y sucumbieron a las llamas en el breve lapso de dos años, 1994 y 1996. Eso, y poco más… acaso las refinadas y misteriosas máscaras del carnaval veneciano ahora replicadas por ese lince de la mercadotecnia que es Joan Canadell.

He aquí una impresionante instantánea de El Hombre Enmascarado, héroe de cómic: “Canadell contra España… que es paro y muerte”. El comercio de la ciudad de Barcelona está en sus manos. Chúpate ésa.

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