Covid 17…14

“Juntos, lo superamos”, “Unidos, venceremos”. Una breve muestra de las divisas más repetidas durante el confinamiento por el coronavirus. Cuando vemos la publicidad institucional en la tele y asociamos esos mensajes buenistas a los dirigentes de estas horas sombrías y terribles, a uno le entran temblores de agonía. Le copio la frase a Eduardo Inda: “En las peores manos en el peor momento”. ¿Unidos?… ¿A quién?… ¿A Torra que manda desmontar el hospital de campaña instalado por el ejército en Sabadell a causa del “feo camuflaje” de las tiendas o que paraliza sine die otro montado por la Guardia Civil en Sant Andreu a pesar de la brutal sobrecarga de pacientes en los hospitales? ¿A ese concejal de CUP en Vich que anima a toser en la cara a los militares para infectarles? ¿A la fugada Clara Ponsatí que se troncha de la risa por la elevada mortandad en la capital, repitiendo aquella ocurrente fórmula de promoción turística “De Madrid al cielo”?

De todas las pamplinas bienintencionadas y un pelín atorrantes que se repiten, una me irrita particularmente, aunque no anda ayuna de razón: “Aprovecharemos el confinamiento para conocernos mejor a nosotros mismos». Sólo que el balance es desalentador. Pues, por lo que hacen y dicen, también se conoce mejor a los demás. Hemos visto esos videos que circulan por las redes y que escuecen como salazón en herida abierta… por ejemplo, uno en que Pedro Sánchez (no sabemos si presidente “por una sonrisa del destino”, como dijo el esquinado Pablo Iglesias, su “vice”, o por “una trastada” del mismo), largando sapos y culebras por la boca contra el ameboide gobierno del PP a cuento de la crisis del évole-ébola con la muerte del perrito Excalibur como fatídico balance, y ahora felicitándose por su “gran gestión” de la crisis sanitaria (18.000 muertos a día 14 de abril). O ese otro en que las “madamas” del gobierno de coalición repiten la consigna de no besarse en la cabecera de la mani llamada de las “chochopower”: “sin besos, que hay virus”, inculpándose en un descuido de la ocultación premeditada a la opinión pública de una situación que amenazaba con descontrolarse y causar estragos de plaga bíblica. Información que obraba en su poder y que no fue óbice para celebrar, por sectarismo ideológico, la dichosa manifestación. Un gobierno más que nunca acreedor de aquel famoso lema que irrumpió apenas unas horas después del salvaje atentado del 11-M: “No nos merecemos un gobierno que nos mienta”.

Es cierto que en estas dramáticas circunstancias sale a relucir lo mejor de muchos: el voluntariado, el trabajo infatigable de los sanitarios, la solidaridad de gente del común, y no tan común (afamados deportistas y empresarios, sea el caso de Amancio Ortega, una de las bestias pardas del alma renegrida de los dirigentes de Podemos), la dedicación y entrega de los agentes de Policía o de la Guardia Civil. Pero también lo peor, el egoísmo, el miedo acervo, la desconfianza… y lo normal es que de las personas malas, las personas dominadas por la envidia, la inquina, el rencor sectario o el revanchismo, se manifieste esa vis maligna, la mala baba, la mala folla, durante y tras una situación de confinamiento prolongado y de restricción drástica de movimientos… cuando esa vorágine tumultuaria de torvos pensamientos, y peores sentimientos, se potencia al máximo y bulle dentro del magín de uno como el vapor de la cocción en una olla a presión a punto de estallar. Y la gente mala es mucha… la hay para formar nutridos batallones.

Uno de los generales de ese ejército es el sujeto que obedece al nombre de Albert Donaire y que lidera a los elementos separatistas integrados en los Md’E. Regurgita el interfecto, dotado como está de aparato fonador, que habría que organizarse desde ya para proclamar la República en cuanto se supere el confinamiento por el zarpazo mortal del covid-19. Bien entendido que no sólo lo dice él, también la supremacista Núria de Gispert (“que la señorita Arrimadas se vuelva a Cádiz”), como portavoz autorizada de una escisión del “espectro CiU” que se autodenomina Demòcrates (sic).

La proclamación de la independencia obedecería a una necesidad impostergable, pues pasamos del “España nos roba” al “España nos pega” (la supuesta represión policial tras el golpe), y ahora al “España nos contamina y mata”… esto es, pasamos de un imperativo ético y moral al dictado de la mera supervivencia física: evitación del genocidio (la Shoá catalanista) programado en los sótanos del CNI entre tubos de ensayo espumantes y repletos de virus bajo la atenta supervisión del Profesor Bacterio (Mortadelo y Filemón). Esa prevención explicaría por qué el gobierno regional impide a la UME desinfectar las residencias geriátricas de Cataluña, no sea que los españoles gaseen a manguerazos de zyklon-B a nuestros abueletes, aunque esa demora profiláctica decretada por Torra cause entre ellos centenares de bajas (posible delito por “flagrante omisión del deber de auxilio”). Ya insinuó ese gran actor de TV3, Petri, que en el aeropuerto de El Prat el ejército de ocupación estaba, no limpiando las instalaciones, sino difundiendo a carretadas achicharrantes agentes patógenos.

Mi dura mollera se resiste a comprender el porqué de ese nuevo golpe a plazos invocado por Donaire, el correoso perdigoncillo uniformado del irredentismo patrio. Cuando éste es justo el momento, pues el desgobierno de la nación, grogui por el costalazo monumental del coronavirus, duda, titubea y no sabe por dónde sopla el viento, ni qué diantre decir o hacer, salvo equivocarse una vez y otra, sumido en la cuarentena de una distopia apocalíptica. Es un rival de brazos caídos en un rincón del cuadrilátero que recibe bofetadas a mano abierta sin saber de dónde le caen. A mayor abundamiento, el actual gobierno de la nación, no es lo que se dice un enemigo que confronte enérgico al particularismo localista. Al contrario, entre uno y otro hay cierta complicidad. Por lo tanto no cabe presumir de su parte una respuesta contundente a un nuevo desafío unilateral.

¿Acaso no se puede tomar el Palacio de Invierno con guantes de látex y mascarilla? ¿No se combatía en las trincheras, I Guerra Mundial, con caretas protectoras contra el gas mostaza? ¿Cuándo lo van a tener mejor que hoy o mañana, con sus oponentes confinados en casa y dando palmas en los balcones a las ocho de la tarde por honrar a los sanitarios?… No rinden a nuestros valerosos “gudaris” los Leopard de la Acorazada Brunete… ¿Y les va a rendir un “bichito” microscópico, como aquel del que hablara Sancho Rof durante la crisis del aceite de colza?… ¿Lo recuerdan?

Cuando se trata de inmolarse, de sacrificar la vida por una causa noble como es la liberación nacional… pocas de mayor fuste que ésa… y qué si nuestros libertadores, esos héroes a los que rendirán memoria y homenaje las generaciones venideras, reciben lo mismo una descarga coronavírica que la balacera de un subfusil de asalto del ejército español. Ya les dedicarán monumentos esculpidos en un bloque de mármol. No quiero pensar que Albert Donaire entiende que ahora, con los contagios, proclamar la independencia no toca. Que es como aplazar una revolución prevista para mañana porque el parte meteo anuncia lluvia abundante y fuertes rachas de viento y nos pilla sin paraguas ni chubasquero. Pero, hombre de Dios, si de todo se sale, hasta de la peste bubónica, y eso que en aquellos siglos oscuros no se contaba ni con conocimientos médicos ni con recursos para vencerla… ¿No será que Donaire quiere hacer la tortilla, pero de boquilla, sin romper los huevos y sin que una ínfima gotícula de sangre le descomponga el uniforme de gala que se reserva para el gran día del desfile triunfal (*)? 

De momento sólo contamos bajas de civiles desarmados. Y en mayor medida, de los más desarmados inmunológicamente, los ancianos en las residencias de todo el país. No hay hecho diferencial en esto: en Cataluña, también. Habrá quien se frote las manos pensando en todas las mensualidades pensionadas que el fisco se va a ahorrar de una tacada. De la magnitud de la tragedia da cuenta Dolça Catalunya, que nos habla de una suerte de eutanasia gerontológica activada en un protocolo del gobierno regional donde a los fallecidos se les llama “èxitus”, o sea, que han tomado la puerta de salida, “EXIT”. Una “Aktion-4” a gran escala, cuya prueba-piloto sería la ejecutada en la residencia “Nostrallar”, en Els Pallaresos (Tarragona), dirigida por el oficial de esa suerte de einsatzgruppen, Moisès Sumoy, que, al parecer, y precavidamente, sacó, chitón, a sus padres del asilo antes de que comenzara la escabechina.

Que tranquilidad le queda a uno cuando sabe, al echarse a dormir, que vela nuestro sueño Albert Donaire apretando los dientes, emboscado en las sombras, bajo las estrellas, agarrado a su escopeta de postas y a la espera de órdenes: día D, hora H.

(*) Pensaba añadir que si Donaire pretende mantener impoluto el uniforme de gala es para deslumbrar a las “pubilles” de su pueblo el gran día del desfile triunfal, cuando, tras un cruce de alfilerazos entre el interfecto y el periodista gerundense Albert Soler, infiere un servidor que el suyo sería un interés circunstancial en las “pubilles”, siempre que le permitiera acercarse a los “hereus”.

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