El poli bueno te ofrece un cafelito o un vaso de agua. Si estás esposado en la sala de interrogatorios, te encaja el pitillo entre los labios y te da lumbre. El poli malo te enfoca la lámpara a los ojos para cegarte y te suelta un mojicón o te arrea con la guía telefónica. Lo hemos visto en las pelis. Con todo, para el ente inacabado llamado Íñigo Errejón no hay poli bueno que valga. Inacabado, pues si uno le echa un vistazo pareciera que sus facciones no están terminadas y que en las próximas fases de desarrollo del proteico embrión podría cobrar un aspecto muy distinto del actual. ¿Poli bueno? Es metafísicamente imposible. Errejón firmaba sus “tuits” como ACAB, all cop are bastards (“todos los polis son unos hijos de puta”). Su cofrade de aquella hora, Pablo Iglesias, ayuda de cámara de Chávez y Maduro, tras confesar que se le hacía la churra agua pensando en azotar en las nalgas a esa real hembra de Mariló Montero hasta hacerla sangrar, admitió en el canal TV que le paga (o pagaba) el régimen de los ayatolas, que se emociona cuando las turbas aíslan a un agente antidisturbios en una mani y le atizan a dos manos y a puntapiés, en plan linchamiento. No ha pasado tanto tiempo de todas esas ensoñaciones húmedas, voluptuosas. Las imágenes con las que el flamante vicepresidente del gobierno -sic- ilustraba esos sádicos y libidinosos pensamientos pertenecían a una de las algaradas que él mismo organizaba alrededor del Congreso antes de mudarse al casoplón de Galapagar y subirse al coche oficial.
«Poli buena, ex-poli malo», no es una ficción cinematográfica. Así sucede en la realidad, y no hay mejor demostración que el ejemplo. Cuando el gobierno regional expedienta a dos de sus agentes por cumplir con la legalidad vigente, sea el caso de Octavi, “la república no existe, idiota”, o de Inma Alcolea, “viva España”, quiere decirse que son dos polis buenos. De lo contrario, su infame superioridad no les habría atado en corto. A mayor abundamiento, dicen que la madre de Inma describió en las redes sociales atinada, pero escuetamente, a Puigdemont llamándole “imbécil”. Caso que confirma la máxima que reza pizca más o menos que los hijos heredan las culpas de los padres, núcleo argumental sin el que no habríamos tenido tragedia griega. Ítem más, Inma formó parte del jurado de la Asociación por la Tolerancia en la concesión a Teresa Freixes, catedrática de Derecho Constitucional, de su premio anual, edición 2019. Motivos más que suficientes para enojar, y de qué modo, a Miquel Buch, uno de los consejeros más radicales y furibundos de la alegre pandilla de Quim “petomán” Torra.
El poli malo de esta peli no es un poli en activo y corrupto que acepta sobornos de la mafia y hace la vista gorda con el tráfico de drogas o la trata de blancas. Es un poli ya jubileta e indigno de cientos, de miles de compañeros suyos que se han jugado el tipo en Cataluña en los últimos tiempos: acusados de violencia gratuita, de brutalidad y torturas y, en realidad, insultados, escupidos, vejados de mil formas distintas y acosados en sus acuartelamientos y alojamientos temporales (hoteles en Calella de la Costa y Pineda de Mar o en un crucero para “singles” atracado en Barcelona con Piolín y el Demonio de Tasmania pintados en el casco del buque, y alimentados a base de una bazofia de comistrajo, que hemos visto en fotos, por gentileza de los “bizcochables” Rajoy y Soraya Sáenz de Santamaría).
Me refiero a Nemesio Fuentes, que tiene nombre como de matasiete de un cuento de Borges, ya saben uno de gauchos violentos y vinolentos que se enzarzan a cuchilladas en un galpón de la Pampa por los favores de una mina bella y caediza. El interfecto, agente jubilado del Cuerpo Nacional de Policía, participó como voluntario en el referéndum ilegal del 01-O en un colegio de Sant Joan de Vilatorrada. Y acudió en calidad de testigo de la defensa en el juicio celebrado a favor, vistas las cosas con cierta perspectiva, de los golpistas Junqueras y compañía, oficiado por un Marchena de doble faz, de quien muchos nos declaramos admiradores y que luego nos dejó colgados de la brocha. “No es rebelión, sino ensoñadora sedición”… como ensoñación estéril es el apasionado romance que un servidor mantiene desde hace años con Mónica Bellucci, por si no lo sabían.
Con la paga pensionada en el bolsillo, calentita, mes a mes, Nemesio, ataviado con el preceptivo lazo amarillo, declaró ante el juez que uno de los policías heridos, al franquear la puerta del colegio, tropezó con los cristales hechos añicos que él mismo causó de un mamporro y que por eso se golpeó con una silla; que no fue silla arrojadiza lanzada por quienes en el interior del recinto organizaban ese acto ilegal y esperaban a los antidisturbios para agasajarlos como es debido: guirnaldas al cuello, los tradicionales “lei” a la manera hawaiana, arrumacos, besos, canapés y buchitos de un vinito espirituoso.
Se dice que de los millares de religiosos asesinados por los chequistas del Frente Popular en la retaguardia, lejos del frente, ni uno sólo apostató. Entre tantas víctimas de la persecución, es raro que algunos no sintieran la comprensible tentación de salvar el pellejo si renegaban de su fe. Es sabido que sus verdugos les ofrecían el crucifijo para que le escupieran encima (como debían pisar el símbolo de la cruz misioneros y nipones cristianados ante las autoridades, según vemos en “Silencio”, de Martin Scorsese, proyectada recientemente en la tele). De no hacerlo, les esperaba una muerte segura y siempre precedida de su propio via crucis al copo de tormentos espantosos (castrados, “empetados”, quemados vivos… y las monjas violadas, por descontado).
Nemesio es el único poli apóstata del que tengo noticia. Quizá haya más, no lo sé, pero él ha dado un paso al frente. Se entiende que la indignidad no es causa suficiente para que nadie deje de percibir su pensión mensual. Pero un funcionario, un verdadero servidor de la ley y el orden, no deja de serlo siquiera jubilado por aquello de la exigible ejemplaridad. Nemesio Fuentes es una vergüenza para el gremio, tanto como los agentes en nómina del hampa. Que lo mismo da la corrupción material, que la moral en su caso. Admito que a Nemesio Fuentes se la tenía guardada, como él, eso parece, a las nuevas promociones de agentes del cuerpo en que un día sirvió y al que juró, en falso, lealtad. Agentes que lucen con honor el uniforme que él ha ensuciado. Qué no daría por hacerle llegar esta “tractorada” a ese fulano indigno envilecido por el perdurable estigma de la traición.
