Alba gu bràth!

¡Lealtad a Escocia hasta el día del Juicio Final!… Así concluye la arenga que William Wallace lanza a sus hombres antes de enfrentarse a las tropas de Eduardo el Zanquilargo, rey de Inglaterra, en la batalla de Stirling. No es que sepa un pimiento de historia escocesa, pero he visto “Braveheart” de Mel Gibson (*) unas cuantas veces. Es una película redonda, épica, muy amena, con unas secuencias a espadazo que te crío verdaderamente sensacionales (y, por ahí anda Sophie Marceau para regalarse la vista). Por encima del gran trabajo actoral de todo el elenco destaca Patrick McGohann en el papel del rey Eduardo I, uno de mis villanos favoritos.

Escocia ha sido durante años el segundo nombre de Cataluña. De hecho se ha producido una suerte de mutua influencia, de osmótica reciprocidad entrambas, hasta el punto que es fama que Nessie, el monstruo más simpático del mundo, ha aprendido a bailar sardanas, se toca la cabeza con una barretina y estudia muy aplicadamente, entre chapuzón y chapuzón en las frías y negras aguas del lago, para obtener el nivel C de catalán, requisito indispensable, según ha confesado, para ejercer la enfermería en Palma de Mallorca, harto como está de esquivar a curiosos y turistas. Por otro lado, no sorprendería en absoluto que nuestros buscadores de setas más apegados al terruño, quid pro quo, incorporen un día el kilt,o faldita escocesa a cuadraditos, a su indumentaria campestre.

El tostón ha sido importante: nuestros nacionalistas más exaltados nos han plantado en los morros, cansinamente, la chundarata de la celebración de un referéndum pactado por la independencia en Escocia. Que si el Reino Unido deja votar, que por qué nosotros no, que si España tiene miedo a que la gente hable, que si esto no es una democracia, que si garrotín, que si garrotán. Salió que nanay, de acuerdo, pero cuando menos se votó, insisten. No importa que en Cataluña nos pasemos la vida votando desde que tenemos uso de razón (autonómicas, locales, generales, europeas e incluso referéndums estatutarios o como los de la Ley por la Reforma Política, la aprobación de la Constitución o la permanencia en la OTAN). Pero, para esas mentes obtusas, no hay tutía: erre que erre con la monserga de que no nos dejan votar… y eso que estamos abocados a unas nuevas elecciones al parlamento regional, aunque sine die, pues Torra, el “presidente cuántico”, según Ramón de España, que anda digiriendo su último atracón de “botifarra amb mongetes”, las convocó hace unas semanas pero, tachán, se olvidó de ponerles fecha: de traca. Y, a mayor abundamiento, anda confinado el pobre a causa del maldito coronavirus inoculado en Cataluña por sicarios de la inteligencia española siguiendo el mismo exitoso procedimiento usado, otrora, por los yanquis para exterminar a los nativos en sus reservas: pasándoles mantas infectadas por la gripe… historia magistra vitae.  

Nosotros, pues, como Escocia, y vuelve la burra al trigo… a pesar de las enormes diferencias entre una legalidad, la británica, y otra, la española, que ya han sido explicadas hasta la saciedad, de modo que no las repetiré. Sucede, en cambio, que tras la consumación del tan cacareado Brexit, los nacionalistas escoceses han iniciado una nueva e intensa campaña por la celebración de un segundo referéndum, mira tú que cosa. Digamos, pues, que el acuerdo suscrito entre partes, y que tanto eco tuvo entre nuestros aborigenistas, tanta “insana” envidia suscitada, no ha alcanzado ni tan siquiera para una generación. Sólo que era previsible que el gobierno de Boris Johnson diera plantón y portazo a una nueva intentona. Y así ha sido. No todos los días es fiesta. De modo que, a la inversa, Cataluña ha pasado a ser el segundo nombre de Escocia y, más allá del muro de Adriano, los pictos y escotos más furibundos dicen que es Cataluña el espejo donde quieren mirarse para celebrar a calzón quitado, encampanados y retadores, imbuidos del indómito espíritu del belicoso Wallace, el referéndum de marras, quieran o no las autoridades insulares

Por aquello de buscar las siete diferencias, no sería mala cosa que los separatistas escoceses cumplieran su amenaza y escenificaran el desafío por ver cómo unos y otros juegan sus cartas y asistir desde la cómoda distancia, repanchigado en el sillón, a ese confuso turbión de colegios electorales, urnas clandestinas, censos elaborados ilegalmente y cargas policiales en esas brumosas latitudes. Se trataría de ver si Gran Bretaña, ese modelo, ese paradigma de libertad y democracia aplicada cuando autorizó el primer referéndum, al decir de nuestros bardos localistas, gestiona, también modélicamente, la reedición del anterior, pero ya, uuuyyy, sin ceremonioso acuerdo entre los dirigentes del SNP y Londres, es decir, por la vía “unilateral”.  

Ya sabemos que, bajo el gobierno neo-frentista de Sánchez e Iglesias, los agentes de la Guardia Civil, acuartelados en un crucero para “singles”, en caso de repetirse otra trastada como la de aquel 01-O, pasarían de hacer ver que buscan las urnas de plástico en naves industriales de la periferia de Barcelona a custodiarlas celosamente, como si fueran valiosas obras de arte, para dar satisfacción a los socios separatistas de ese duunvirato de redomados traidorzuelos. Cautela innecesaria, pues no parece probable que un gobierno como el actual, en deuda con los partidos promotores de nuestro golpismo incesante (moción de censura e investidura posterior), opusiera resistencia, siquiera jurídica, a otra verbena comicial a la que unos darían un valor meramente consultivo, pero no vinculante, y otros claro que vinculante y en absoluto consultivo, tirándose pellizquitos indoloros en sus vergonzantes “mesas de diálogo”.

En el fondo, no le deseo a los escoceses partidarios de la unión pasar otra vez por esa murga atorrante, rodeados de los vocingleros druidas del tribalismo danzando frenéticamente, agitando sonajeros y tocando la gaita, pero, en la seguridad de que su gobierno no les dejará en la estacada ante una amenaza de ruptura a la brava, sí querría ver actuar en un caso de esa envergadura a las autoridades e instituciones británicas y verificar de qué pasta están hechas, pues ya hemos testado la de las nuestras, fofa (los desparecidos, agur, Rajoy y Soraya Saénz de Santamaría), y amasada en la tahona nocherniega de la felonía (Sánchez e Iglesias).  

(*) Me ha llegado que este verano pasado anduvo Mel Gibson por tierras asturianas… ¿será verdad?… muy interesado al parecer en la figura de don Pelayo. Para mí tengo que ante la más mínima posibilidad de que el afamado cineasta, a quien la progresía nacional e internacional profesan un odio visceral, rodara una superproducción en Covadonga, la erisipela se difundiría como la pólvora entre ese batallón de patriotas aguerridos que componen la industria de nuestro cine… “nuestro” porque lo pagamos vía presupuestos, entiéndase, y más de unos que de otros. En la URSS, por orden de Stalin, Eisenstein dirigió una trilogía sobre el héroe fundacional de Rusia, el zar Iván el Terrible. Ni siquiera el franquismo, y si lo hizo, lo ignoro, sacó jugo a un personaje del calibre simbólico del espadario y caudillo visigodo, tan que ni pintado para la propaganda.

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