Ésa es la actitud

Para ser alguien en España, para acceder a un cargo de representatividad a escala nacional o internacional, lo mismo da el ámbito, institucional, cultural, deportivo, es requisito indispensable limpiarse el culo con la bandera de España. De no hacerlo, no hay ascenso, no hay recompensa que valga. Si te cagas en la puta España, te irá de fábula, si no, miau, caerá sobre ti el denso manto del olvido, del ostracismo y de la más absoluta irrelevancia.

A Fernando Trueba le concedieron hace unos años el Premio Nacional de Cinematografía, o un premio parecido, qué más da, y al recoger la estatuilla agradecido, confesó a su gremial auditorio, ovación clamorosa, que “no se sentía español”. Lógicamente, en caso contrario, de haber hecho declaraciones protestando gravemente de sincera españolía, jamás le habrían concedido el codiciado galardón. Vamos, ni siquiera habría recibido la más mínima subvención para rodar película alguna (*).

Xavi Hernández, campeón de Europa y del mundo, hoy rapsoda de las bondades sin cuento de las satrapías arábigas, donde las sentencias de muerte se ejecutan por decapitación a cimitarra, y que consiguió una formidable proyección gracias a vestir la elástica de la selección española de fútbol, admitió que durante la celebración de un campeonato gritó “Viva España” porque estaba borracho como una cuba.

Pepe Rubianes, finado y re-finado humorista, alcanzó las más señeras cotas de la comicidad chic largando en un plató de TV3, jaleado por presentador, Albert Om, y público, que Rajoy, a quien, por cierto, “deberían meterle una bomba debajo del culo para que le colgaran los cojones del campanario de una iglesia”, “se metiera por el culo la España de los cojones”, haciendo de “España”, “culo” y “cojones” la argamasa básica de su arquitectura intelectual. Discurso que, a su muerte, le valió la dedicatoria de una calle en Barcelona, sustituyendo en el nomenclátor al almirante Cervera, y una corriente de simpatía que tuvo su momento más emotivo y vibrante cuando Carme Chacón, que fuera en vida “aguerrida” ministra (¿o es “ministriz”?) de Defensa en uno de los gobiernos del inicuo Zapatero, vistió durante el sepelio del humorista una camiseta conmemorativa con la leyenda “Tots sóm Rubianes”.

Es recomendable, casi forzoso, que si un cantante novel quiere representar a España en el birrioso certamen de Eurovisión, se promocione en las redes sociales con una bandera estrellada a la espalda durante una de las muchas manifestaciones convocadas durante el “proceso” (como ya hizo uno cuyo nombre no recuerdo). De lo contrario sus opciones cotizarán a la baja. Y si el letrista de la melodía es Jair Domínguez, uno de los contertulios más fanatizados de TV3 y autor del sonrojante hit “El Chikichiki”, que defendió un estrafalario personaje que ni siquiera era cantante profesional, si no un actor de la factoría “Buenafuente”, hoy propiedad del intrigante Jaume Roures, miel sobre hojuelas. Y si, a mayor abundamiento, el candidato (sea el caso del dúo formado por un tal Alfred y una tal Amaya, promocionados en una cochambre llamada “Operación Triunfo”) posa ante la prensa gráfica blandiendo la novela del díscolo cantautor Albert Pla titulada “España de mierda”, tanto mejor.

Ni que decir tiene que si aspiras a presentar un programa de humor en una cadena TV de difusión nacional será menester que introduzcas un gag consistente en sonarte las narices con ese trapo infecto que es la requeteputa bandera de la putrefacta España, como en su día hicieron Dani Mateo y la escultural Ana Morgade, demostrando ésta, contrariamente a lo que se dice, que belleza e inteligencia no son incompatibles.

Si tu pretensión es llegar a vicepresidente del gobierno de la nación, ahí tenemos a Pablo Iglesias, además de asesorar a cobro revertido a los narcogobiernos bolivarianos y comprarte un casoplón acompañado del tesorero del partido y donde vivir asistido por escoltas y personal doméstico “calienta-coches”, no dejes de afirmar “que por estrategia política no puedo pronunciar la palabra España” y que “el himno de España es una cutre pachanga fachosa”. A mayor abundamiento, si quieres figurar en la mesa del Congreso, como un tal Pisarelo (¿O es Picharelo?), creo que Gerardo de nombre de pila, en tiempos segundo de la alcaldesa Colau, habrás de ejercitarte en la balconada consistorial sonriendo ante las banderas estrelladas que exhiben los concejales separatistas y forcejear en cambio con Alberto Fdez. Díaz para que no ondee ante la ciudadanía la asquerosa bandera de España.

Asimismo es recomendable, para obtener acta convalidada de diputado o de senador, que prometas solemnemente que te limpiarás el bullarengue con un ejemplar de la Constitución y que tu mandato consiste principalmente en destruir desde las Cortes la soberanía de esa pestilente anomalía histórica que es la jodida España del carajo. No tendrás ningún problema. Lo mismo Ana Pastor que Pío García Escudero, o Meritxell Batet, darán el “nihil obstat” y recogerás entre abrazos y parabienes el acta oficial.  

Pero si lo antedicho te parecen bagatelas, nimiedades, y quieres dar un paso más allá, podrás matar de un botellazo en la cabeza, por la espalda, a un execrable sujeto por lucir unos tirantes con los colores de la repugnante bandera de España. Es el caso, sin ir más lejos, de Rodrigo Lanza, nieto de un ministro de Pinochet, que ya dejó en estado vegetativo a un agente de la Guardia Urbana de Barcelona de una pedrada en la cabeza durante un desalojo “okupa”, homenajeado por semejante proeza en el documental “Ciutat morta” premiado, cómo no, en el Festival de Cine de Málaga. En ambos casos, el interfecto fue condenado a 4 años de prisión, exactamente los mismos años que llevó el escrache de los alborotadores de la librería Blanquerna por darle un empujoncito, que está muy pero que muy feo, a Sánchez Llibre, entonces de CiU, o de como quiera que se llame ese partido de siglas cambiante pero de comisiones constante: 3%.  

Hasta aquí unos cuantos ejemplos, pero hay muchos más, esquivos al cálculo como la arena de la playa (Santi Millán, José Corbacho, Risto Mejide, Dani Rovira, Manu Guix, Jordi Évole, el seleccionador “plurinacional” Vicente del Bosque, flamante marqués del Palanganado, y un largo etc). Si pretendes medrar en España hoy, ésa es la actitud, y todo lo demás, moñerías. Y si quieres que tu voto influya en la gobernabilidad de España, es decir, en su destrucción como sujeto histórico, acertarás si te inclinas por quienes han dado un golpe de Estado, cortan carreteras y queman contenedores, por los asesores de Hugo Chávez y Evo Morales, o por los simpatizantes de Josu Ternera, de De Juana Chaos o Bolinaga. Si lo haces por los partidos de Gregorio Ordóñez o Miguel Ángel Blanco, del hace ya largo tiempo desparecido socialismo constitucional de los “Pagaza”, o del actual partido de Ortega Lara, no te comerás un colín.

La vida es así. Los españoles tenemos la desgracia de nacer en la puta España cuando todos podríamos haberlo hecho en Haití, Uganda o Bangladés. ¿Qué jodida ruta de navegación aérea siguieron esas malditas cigüeñas, beodas como aquélla tan entrañable de una serie de animación de cuando éramos niños, creo que de la casa WarnerFantasías animadas de ayer y hoy?   

(*) Asistimos patidifusos en España al llamado “patriotismo cinematográfico” que afecta de manera contumaz al segmento más progre de la población. No pocas veces oímos decir a quienes más reniegan de los símbolos nacionales, con la bandera y el himno a la cabeza, e incluso de la propia nacionalidad (“no me siento español” o “la idea de España me importa un bledo”) recomendar a quienes sí somos españoles, y a gala lo tenemos, ver cine español, dirigido en su mayoría, casualmente, por cineastas como Fernando Trueba que, burla burlando, no se sienten españoles. ¿No te amuela?… y pagar por segunda vez, en taquilla, lo que ya hemos pagado vía impuestos o retenciones fiscales. Es una suerte de proteccionismo patriótico con relación al séptimo arte que luego, mira tú, no vale para casi nada más en esta vida, pues cuanto huele a España les hace torcer el gesto en un rictus de asco. A los españoles que no renegamos de nuestra condición nos sale más a cuenta el cine americano, italiano o francés, pues sólo lo pagamos una vez, al sacar la entrada y, además, nos ahorramos el sermoneo infumables e hiperprogre de la gala anual de los premios Goya. ¿Que no cabe en España un tonto más? Falso: pues el nuestro es un país con baja densidad de población. Hay espacio de sobra.   

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