«Gent de barri» (serie emitida por TV3)

Un domingo, muy temprano, me asomé a la balconada que da a la plaza Navas (Pueblo Seco) para echar un pitillo. Tolerancia le echa a Tolerancio unos rapapolvos de aúpa si fuma en el interior de la común madriguera. Eran las ocho, pizca más o menos. Ni un alma por la calle. Un momento de silencio a degustar intensamente, como la primera calada del cigarrillo, oh, qué delicia, qué calma… algo a lo que no estamos acostumbrados los vecinos de la zona. En esas que un grupito de tres personas procede con una cautela excesiva que capta mi atención. Miran a uno y otro lado como para asegurarse de la impunidad de sus actos. Les reconozco. Uno regenta un comercio de reprografía en la misma plaza y otro es presidente de la Asociación de Vecinos. El mismo que diligentemente saca del local vecinal las sillas de tijera para el distinguido auditorio cuando nos han honrado con sus mítines Ada Colau y Oriol Junqueras, este último poco antes de entrar en prisión por sedicioso, y también de salir (lo veremos en unas semanas) por el mismo cargo… gentileza del Tribunal Supremo y del nuevo gobierno frentepopulista. 

Uno de ellos se agacha y arrima al suelo embaldosado una plantilla troquelada, otro pasa el spray por encima, mientras el tercero está de retén, ojo avizor, para dar el queo si se acerca alguien con hostiles intenciones. Perfectamente sincronizados, como un comando de élite de los Navy-SEALS. Desde el balcón no leo el mensaje impreso en el suelo: mi vista no da para tanto. Pero repiten la misma operación media docena de veces en diferentes tramos de la plaza hasta dejarla pintarrajeada como una descacharrada des-composición de Tàpies. El misterio se desvela horas después cuando salgo a pasear. La leyenda dice: “Llibertat presos polítics”. Acabáramos. En definitiva, quienes habrían de velar por la pulcritud del entorno van y se lían a brochazos: sensacional. “Claro”, dirán, “las circunstancias, lo requieren… ante la feroz represión y la insoportable falta de libertad”, mientras celebran la prodigiosa hazaña tomando un piscolabis en una de las muchas vermuterías del barrio.

Esta anécdota da fe de la profusa capilaridad de la política de infiltración del nacionalismo en el tejido social, el antiguamente llamado “entrismo” de las organizaciones comunistas. Se trata de colarse en todas partes, de colonizar y regir desde dentro la orientación de las distintas asociaciones, y disponer, claro es, de sus pingües subvenciones, lo mismo da que sean de “gigantes y cabezudos”, que clubes de petanca para jubilados o talleres de “puntaires”, las laboriosas encajeras. Controlar lo que llaman la “proximidad”, “el kilómetro cero”, la barriada, como antaño hacían las bandas de hampones: “De la calle del Suspiro verde a la plaza de Abastos es mi sector y no se admite competencia”. O los CDR, es decir, los Comités de Defensa de la Revolución castrista. Ahormar a su gusto la vida cotidiana, la convivencia en el espacio público. Para eso están y para eso las financiamos.

Menos que nada le importaron a la Asociación de Vecinos de marras las quejas de los residentes por el desmelenado vandalismo imperante en la plaza, e incluso maniobró para que no se decantara la irritación comunal en una campaña con pancartas en las balconadas, contrarios a que la protesta tuviera, como se dice ahora, una excesiva “visibilidad” que importunara a la superioridad, es decir, a la alcaldesa Colau (*). De lo que se trata en el fondo, es de divulgar el mensaje elegido por quienes les atizan la subvención, de arriba abajo, neodespotismo ilustrado (sic), hasta llegar al último rincón del distrito con la tan cacareada libertad de los presos golpistas o la divisa que toque en ese momento, lo mismo “emisiones cero” que “si miras un escote más allá de una décima de segundo eres un violador potencial al servicio del heteropatriarcado”.

Por ello, a quienes detestamos el engrudo liberticida que excreta grumos y borbotones a pie de calle, se nos plantea la necesidad de mantenernos al margen de cuanto apaño, actividad, quermés o verbena se organice en el universo a escala de barrio y/o municipio. Es una cuestión de ética y estética: vivir de espaldas a esos festejos que organizan los malos desde sus terminales asociativas de toda índole, aun estando nutridas de ese dinero, vía subvención, que es puntualmente detraído de nuestras nóminas, o a través de tarifas locales e impuestos de toda jaez. No hay cabalgata, pasacalles o batucada en donde no aparezcan, subrepticiamente o a las claras, lazos amarillos, estampitas y recordatorios para los golpistas presos o arrebatadas soflamas en favor de una libertad diríase que menoscabada.

Quienes no comulgamos con toda esa iconografía impostada no podemos, entiendo, hacer abstracción de lazos y pancartas, y fingir que no los vemos mientras desfilan las carrozas, aporrean los tambores o presiden la mesa 0 del “sopar de germanor”. Esos adminículos te recuerdan a cada paso dónde coño estás, quién administra tus bienes desde la cosa pública o te disputa la filiación de tus hijos. Un servidor se borra y trata de vivir evadido y a salvo de toda esa mugre. No sé si habría que organizar unos festejos alternativos, y doblar el gasto a cuenta de tu billetera, o, mejor acaso, montarte tu propia fiesta mayor o el evento de que se trate, pues ya somos mayorcitos para divertirnos por nuestra cuenta y sin estar al albur del im-(pertinente) mandato gubernativo.

(*) Hace unas fechas, miembros de la PAH, donde echó los dientes Ada Colau en el activismo político disfrazada de abeja Maya, acudieron a la calle Olivera, confluente con la plaza Navas, para impedir el desahucio de un clan de presuntos delincuentes y protagonistas de las habituales escenas de vandalismo (peleas, agresiones a transeúntes, música a toda castaña y a todas horas, trapicheo de sustancias estupefacientes, etc) que asolan la plaza e impiden seguridad y descanso de los vecinos… que, burla burlando, también sufragan los gastos de la citada asociación. En fin, serafín, ajo y agua, por tontos de baba.

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